El Padre permite que el hombre vaya rodando por las laderas del precipicio hasta acabar en el barranco profundo. Ahí, el hombre, derrotado pero no aniquilado, no distingue a su alrededor otra cosa que soledad y ruina porque todas las columnas se hicieron polvo. Y así, impotente y desnudo, el hombre se convierte en materia maleable, y va entando sin esfuerzo y con naturalidad en un estado de sumisión. En este momento el Padre extiende la mano al hombre y lo va levantando hasta las cimas más encumbradas. La historia se repite. Es la pedagogía divina.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario